En el centro de Concepción ya no queda ningún espacio dispuesto exclusivamente para la proyección de películas. Ni siquiera la -no tan- discreta pornografía logró evadir este destino, la extinción de las salas de cine tradicionales.
Pop corn, snacks, ticket, eran elementos desconocidos en estos lugares. Con suerte una confitería cercana era lo más cercano. Hoy, las megasalas -pertenecientes a grandes cadenas- no se conciben sin estos acompañamientos.
Retomando la desaparición de estos lugares, de ellos quedan vestigios en forma de recuerdo, una que otra fotografía y -quizás lo más subvalorado- el espacio físico, la construcción, la estructura, el rastro arquitectónico, la pista de una buena vida anterior.
De ser -en un principio- lugares de encuentro para la cultura, de a poco la novedad pasó a ser una forma de distracción, un buen panorama, luego sólo un vistazo a lo más pop hasta comenzar a decaer de la mano de los avances de la televisión, el videotape, el devedé, la internet y así hasta acotar las opciones.
Quienes fueran potenciales visitantes de las salas de cine, se olvidaron con el tiempo de su existencia, de la importancia de un buen sonido, de una mínima calidad en la imagen. De la butaca pasaron al living de la casa.
La oferta cinematográfica actual podría considerarse -según las exigencias del mercado- relativamente amplia en cuanto a la cantidad de películas. En la ciudad existen nueves sala de cine pertecientes a la cadena Cinemark, mas el bolsillo promedio no da para financiar lo que hoy puede considerarse como un lujo. A la fecha, ir al cine significa "derrochar" una buena parte del presupuesto.
Hoy, aquellas áreas que alguna vez hicieron del estreno de cintas eventos sociales, se han convertido en espacios "reubicados" o reconstruidos, al igual que la ciudad misma. No es que hayan sido literalmente desplazados de un lugar físico a otro como si una mano gigante pudiera hacerlo, sino dispuestos para otros fines. Otros, por tiempo abandonados, sufren el riesgo de correr la misma suerte de lugares directamente similares como los viejos teatros. De esta manera no queda otra solución de que intenten coexistir con construcciones alzadas en nombre de la modernidad.
Sin necesariamente ser -económica o propietariamente- el papel de alguna autoridad, que no pasen al olvido o se transformen en escombros, están al filo de hacerlo. Hace unos meses,
En Concepción, cines como el Rex, Ducal, Lido, Romano, Windsor, Luxe, Plaza, Astor, Regina y Cervantes pasaron a "mejor" vida para transformarse en lugares con fines distintos, para formar parte de un relato visual poco uniforme, de una composición arquitectónica heterogénea, insertándose en una ciudad sin mucha identidad propia. Cada una de estas salas fue construida según parámetros y tendencias del contexto temporal y social de la época, además del antojo de sus dueños, en algunos casos.
Así mismo, la ubicación de cada una tuvo un propósito. Situadas tal vez estratégicamente, atrajeron a tal o cual público.
Un fondo y contexto similares, aporte y vestigio de un relato enmarcado dentro de un espacio
histórico en particular. Lugares que fueron testigos del comportamiento y características de una sociedad que aún no sabe bien lo que quiere. Perfectamente podrían ser parte de un patrimonio ciudadano y cultural. Cómo se justifican aún hoy obligados a relacionarse con fachadas y muros totalmente diferentes, con edificaciones que no divulgan nada en particular. Eso es lo que se intenta descubrir a estas alturas, en que el emplazamiento se trata de nacer y renacer entre otras construcciones que se niegan a dejar de existir, a esta altura cuando la elevación -hablando de altura- es una especie concepción en Concepción.
De cine a discoteque, de cine a vega, de cine a templo evangélico, de cine a multitienda, de cine a centro comercial. Así es como suceden los ciclos en este tipo de espacios. El transeúnte desconoce muchas veces dónde está, como si se negara a creer que habita la misma historia, su propia historia.
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